Hace algunos años, cuando tuvimos que abandonar a la familia y a nuestro entorno, cruzar el charco, como en su día lo hizo mi abuelo desde su Galicia natal, buscando nuevos horizontes, mejorar, se dejaba un vacío tanto en los que partíamos como en los que quedaban. Ambas partes esperanzadas en lograr un objetivo: cambiar a mejor.
Pero, por buenos que fueran los augurios, ese vacío resultaba difícil de digerir y esa digestión se aliviaba con las cartas que tardaban en partir y regresar contestadas hasta un mes. Estaban también las llamadas telefónicas, a centralita, mediante operadora, con ruidos parásitos y ecos que deslucían por momentos ese instante de satisfacción por el contacto remoto con los tuyos.
Aún así, cuando uno de los nuestros se marchó a la Pérfida Albión, se nos hacía largo el espacio de tiempo entre llamadas, saber de él, cómo le iría y sobre todo, se seguía notando su ausencia, se le echaba de menos... es inevitable.
Y ahora se nos van otros a hacer puñetas de lejos, al arranque de la ruta de la seda, al originario Cambaluc... pero ahora hemos aprendido a manejar un poquito esa -para mí- "tecnología punta" de cámaras web, blogs, páginas de intercambio multimedia y me creo que tengo un seguimiento que ni el satélite de la UAT de "24", veo que están activos contando la diferencia horaria (¡mira qué hora es y siguen dándole al ciberespacio!). Intento obtener su dirección postal para poder localizarla en la página del planeta fotografiado y creerme que les estoy viendo desde arriba, que están ahí, a pesar de saber que es una imagen pretérita (no como la del satélite de la Unidad Anti Terrorista de Jack Bauer); es como tenerlos aquí todavía, el soma que alivia el vacío... pero ¡que va!, es un ardid: les seguimos echando de menos.
